En una esquina la espero,
ella nunca sabe nada,
como víctima entregada
a un juego que no es su juego,
a lo lejos, ya la siento,
pensativa, ensimismada,
con esa cruel minifalda
tan alejada del suelo.
Escucho su taconeo
sobre la acera mojada,
esa música embrujada
hermosa como el silencio.
Llega y se detiene el tiempo,
la brisa, fiel aliada,
con una valiente ráfaga,
hace que cumpla mi sueño,
ver un trozo de su cuerpo
bajo su blusita blanca.
Se congelan mis palabras,
deliro, tartamudeo,
floto, lloro, me sublevo,
desaparece la infancia,
mi inocencia se desgarra
en el patio del colegio.
Antes de volver al juego
y esconderme en la ignorancia,
le doy al cielo las gracias
formulando este deseo:
que a la hora del recreo,
vuelva mi diosa mañana.
Me quito el sombrero, ante este poema, y le digo a Fernando, que Gran Poeta.
ResponderEliminarMuy bueno, maestro, yo te sigo intentando un romance que creo me ha quedado un poco corto.
ResponderEliminarNo os perdáis la continuación de mi poesía en los relatos. Estoy terminando de pulirlo.
ResponderEliminarMe gusta mucho Fernando. Mucho, mucho. Vuelves a hacernos sentir cosas del pasado, como si nos hubiésemos comido una magdalena de Proust.Enhorabuena
ResponderEliminarEl maestro debe darnos el ejemplo,los alumnos debemos admirar su sabiduria.
ResponderEliminarYo creo que tu admirada sabia que ese chavalito la espiaba.....jeje
Genial, el mismo tema y la misma historia en prosa y en verso. ¡Chapeau!
ResponderEliminarDori, no seas pelota o te irás directa al cuarto de los caramelos. ¿Qué te hace pensar que era un chavalito?.
ResponderEliminarLeído, lo leído, ni lo intento... ¡felicidades!
ResponderEliminarYolanda por dios, ponte al verso que aquí todos aprendemos de todos.
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