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Fotografía de Paul Schneggenburger |
Cuatro elementos
Finos
frutos que provienen de la madre
confinados
al pecado del padre,
a la
mortalidad, a la brevedad, al tiempo;
deseosos de
florecer nuevamente se marchitan,
oxidados a
la sombra de lo que no fueron.
En su
plenitud vuelven a la vida
sin
poseerla, admirando desde lejos,
amnesia del
inmortal fénix que de nacer se olvida
derramando
su piel en las llamas,
fundidos y deshaciéndose por el deseo.
Doliente y
vil acto de corrupción;
una gota se
desliza, cayendo por el acantilado
obra de la
gravedad, de la tierra y de la suma de cuerpos
que tras
una fusión calorífica se desprenden del miedo
y dejan
volar sus almas sobre este mar de sentimientos.
Terminando
de formular la oración
flota un
suspiro rezagado en el éter;
el rezo
requerido para inmortalizar la sangre,
soplido
divino que este vago semidiós vierte
en una
estatuilla de bronce para asegurar su veneración.
Naciente
del Arjé más ruin de la filosofía barata
de la
subsistencia, la necesidad de crear vida,
peor que
Narciso; con esa necedad de verse reflejado.
Dos
mortales y cuatro elementos; Agua, tierra, viento y fuego;
hechiceros con
su receta maldita, he sido concebido.
Alejandro Ramos Ayala
Chihuahua, México.
Chihuahua, México.
Fb.com/Chatonaik
Es increíble. Yo te encasillaría con todos los honores entre los grandes poetas modernistas. Te sigo.
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ResponderEliminarSin palabras Alejandro Ramos...Maravilloso, un placer leerte.Un abrazo.
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